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Pan y Rosas

Lunes 17 de septiembre de 2007

Mujer

El capitalismo y la opresión de las mujeres

Fuente: Por Andrea D’Atri (*)


El socialista que no es feminista carece de amplitud. Quien es feminista y no es socialista carece de estrategia.

Louise Kneeland, 1914

La feminista española Victoria Sau Sánchez escribió que “mientras una parte del feminismo se pregunta, individual y cómodamente recostada en el diván ‘¿quién soy yo?’, y otra parte busca afanosamente la referencia necesaria para una nota a pie de página que acredite como fiable su trabajo (...), he aquí que el mundo revienta de pobreza: millones de criaturas, nacidas de mujer, se asoman a un modelo de sociedad que les reserva una cuna de espinas.” Esa cuna de espinas consideramos que es particularmente espinosa para la clase trabajadora y el pueblo pobre. Y entre sus integrantes, es especialmente espinosa para las mujeres. Entonces, la opresión -que podríamos definir como esa relación de sometimiento de un grupo sobre otro por razones culturales, raciales o sexuales, por la cual las mujeres no vivimos en condiciones de igualdad con los varones y no tenemos los mismos derechos- se vincula con las condiciones de la explotación, para millones de mujeres. Esto es, se vincula con su condición de clase, haciendo sus vidas mucho más “espinosas” que las de las otras mujeres e, incluso, que las de los hombres que viven bajo las mismas condiciones de explotación.

Desde esta perspectiva, que incluye un análisis de la relación entre “género” y “clase”, es que nos inscribimos en la lucha por la emancipación de las mujeres, a la que no concebimos separada, ni anterior ni posterior a la lucha por la revolución socialista.

Distintos enfoques del concepto de género

En un primer momento, el concepto de “género” -acuñado al calor del movimiento feminista de las décadas del ’60 y ’70- pretendía dar cuenta de que esta diferencia entre hombres y mujeres, transformada en desigualdad jerarquizada en contra de estas últimas, era una construcción social. La desigualdad, entonces, se entendía como la consecuencia de un sistema patriarcal que establecía una determinada relación entre los sexos a los fines de la reproducción y que ponía en desventaja a las mujeres con respecto a los hombres.

Pero luego, sobre el concepto de “género”, se construyó una nueva teoría que puso en el centro la idea de la existencia de una “esencia femenina”. Esta concepción permitió reivindicar como valores femeninos lo que milenariamente había sido desautorizado por la razón patriarcal como características negativas del “sexo débil”. Fue así como las corrientes feministas de la diferencia pusieron en tela de juicio lo que las feministas de la igualdad habían deconstruido y anatemizado. La sensibilidad, el pacifismo y el respeto por la naturaleza y la diversidad aparecieron asociados a una supuesta esencia femenina proveniente de la capacidad de gestar nuevas vidas. Todo lo contrario a la idea de que las diferencias de género eran construidas socialmente, tal como habían sostenido otras feministas poco tiempo antes.

Más tarde, el concepto de “género” sufrió nuevas modificaciones. La idea predominante en los ’90 fue la de la “ausencia de géneros”, intentando poner en evidencia que se trataba sólo de una construcción meramente discursiva, performativa y nómade, múltiple y cambiante. Mientras tanto, en la academia y otros niveles institucionales se gestaba el abandono de los estudios de mujeres y los programas por la equidad a favor de la “democracia de género”, avanzando en un divorcio cada vez más marcado entre la elaboración teórica y la lucha contra la opresión de las mujeres. Y ello ocurría mientras se empezaba a divulgar la idea de que si crecen los fundamentalismos contra las mujeres, si avanzan los discursos reaccionarios contra el derecho al aborto y aumentan la violencia doméstica y los femicidios en distintos puntos del planeta es porque los avances realizados por las mujeres en materia de igualdad de derechos ha “desestabilizado” a la otra mitad de la humanidad, que se encontraría acorralada y, como tigre herido, propensa al zarpazo. ¡Una “elegante” pero terrible definición que nos haría culpables a nosotras mismas por la barbarie de las que somos víctimas!

La diferencia sigue siendo desigualdad

Más allá de que se decida adoptar una teoría de género u otra, lo cierto es que en la realidad constatamos que las diferencias entre hombres y mujeres persisten como desigualdad. Millones de mujeres son las víctimas de este sistema patriarcal milenario que hoy, en estrecha unidad y entrelazamiento con el modo de producción capitalista produce una vida de barbarie y devastación planetaria. Las mujeres somos el 50% de la población mundial. Sin embargo, de los 1300 millones de pobres que hay en el mundo, el 70% son mujeres y niñas.

Anualmente, 5 millones de mujeres de 15 a 19 años de edad se someten a abortos, el 40% de los cuales son practicados en malas condiciones. En todo el mundo, medio millón de mujeres mueren cada año por complicaciones en el embarazo y el parto y 500 mujeres mueren cada día por abortos clandestinos. Sólo por hablar del continente latinoamericano, tenemos que el aborto clandestino sigue siendo la primera causa de muerte materna; son 6000 las mujeres que mueren anualmente por complicaciones relacionadas con abortos inseguros. Entre las personas de menos de 24 años que viven con HIV/SIDA, dos terceras partes son mujeres.

Si bien hay más mujeres jóvenes que pueden aprender a leer y escribir que una década atrás, en la mayoría de las regiones persisten las diferencias de acceso a la educación y nivel educativo. Se estima que 60% de las deserciones escolares son protagonizadas por niñas que abandonan la educación para ayudar con las tareas hogareñas o insertarse en la producción extradoméstica. De los 960 millones de analfabetos que hay en el mundo, el 70% son mujeres.

América Latina y el Caribe registran los índices más altos de violencia contra las mujeres: el homicidio representa en nuestro continente la quinta causa de muerte, el 70% de las mujeres padece violencia doméstica y el 30% reportó que su primera relación sexual fue forzada. Se calcula que el 80% de las agresiones permanecen en silencio ya que no son denunciadas por temor o por la certeza de que la denuncia no será tenida en cuenta. Una de cada tres mujeres, en el mundo, recibe malos tratos. Según las estadísticas, cada ocho segundos una mujer es víctima de violencia física. Según las especialistas en violencia, uno de cada cinco días de ausencia femenina en el ámbito laboral es consecuencia de una violación o de la violencia doméstica. Se calcula que entre un 28% y un 33% de las mujeres ha sufrido abusos sexuales antes de los 15 años. Actualmente, el número de mujeres en la fuerza laboral internacional es el mayor de la historia. Pero la OIT destaca que también hay más mujeres que nunca en situación de desempleo (casi 82 millones), destinadas a empleos de baja productividad en la agricultura o los servicios, o recibiendo menos paga que los hombres por el mismo trabajo. Las mujeres trabajan en condiciones cada vez más precarizadas: no sólo cobran un salario entre 30% y 40% menor al de los hombres por el mismo trabajo, sino que en su mayoría, no tienen derecho a la sindicalización, ni a vacaciones, indemnización, cobertura médica, pensión, etc. En Argentina, actualmente, el 54% de las mujeres trabajadoras se encuentra bajo estas condiciones.

Las campesinas son jefas de una quinta parte de los hogares rurales, y en algunas regiones hasta de más de un tercio de los mismos, pero sólo son propietarias de alrededor del 1% de las tierras, mientras el 80% de los alimentos básicos para consumo los producen las mujeres. El valor y volumen del trabajo doméstico no remunerado equivale entre el 35% y 55% del producto bruto interno; la producción doméstica representa hasta un 60% del consumo privado. Y este trabajo no remunerado recae casi absolutamente en las mujeres y las niñas.

Para acabar con esto, acabar con el capitalismo

Desde 1960 hasta nuestros días, las riquezas mundiales se han multiplicado por ocho. Así y todo, actualmente uno de cada dos seres humanos vive con menos de dos dólares por día. Uno cada tres no tiene acceso a la electricidad, uno de cada cuatro vive con menos de un dólar por día, uno de cada cinco no tiene acceso al agua potable, uno de cada seis es analfabeto y un adulto cada siete sufre de malnutrición. Sin embargo, si durante una década se gastaran anualmente 80.000 millones de dólares, estaría garantizado no sólo que todo ser humano tenga acceso a la educación básica, sino también a una alimentación adecuada, agua potable, infraestructura sanitaria y, además, todas las mujeres del planeta tendrían acceso a cuidados ginecológicos y obstétricos. Una pequeña cifra, ya que es cuatro veces menos que lo que todos los países semicoloniales desembolsan por su deuda externa cada año; es un cuarto del presupuesto militar de EE.UU. y nada más que un 9% de los gastos militares mundiales. Queda en evidencia la irracionalidad del sistema capitalista cuando advertimos que 80.000 millones de dólares es nada más que la mitad de la fortuna de las cuatro personas más ricas del planeta.

Este sistema irracional que reviste a la explotación de nuevas formas, introduciendo a la producción a millones de mujeres, niños, sometiendo tierras y parajes inhóspitos al mercado mundial, puede funcionar sosteniéndose exclusivamente en los brazos de millones de explotados y explotadas. Pero si puede hacerlo es porque, además de las fábricas y las empresas, la clase dominante tiene en sus manos los medios de comunicación, los partidos políticos patronales, la burocracia sindical y, por las dudas que todo esto no funcione, la policía y el ejército para enfrentar a los explotados. A eso hay que sumarle el odio religioso y cultural, el racismo, la homofobia y el sexismo que son instilados en la conciencia de millones que sufren la explotación, para dividir y desorganizar sus filas.

Consideramos que no habrá posibilidad de igualdad de las mujeres con los hombres mientras la igualdad entre los seres humanos no exista. Es decir, mientras subsistan las clases sociales, y una minoría parasitaria, propietaria de los medios de producción, viva a expensas de la explotación de millones de seres humanos. Para eso es necesario que el proletariado acaudille al pueblo oprimido, con independencia del Estado y los partidos patronales, en una revolución que barra con el dominio del capital y el estado burgués. Porque si bien no está garantizado que con la abolición de la explotación, automáticamente, se acabe con la opresión de las mujeres, lo contrario sí es imposible: la liberación de la mujer en los estrechos marcos del mantenimiento de la esclavitud asalariada nos parece una utopía. No puede haber socialismo sin que haya igualdad en la diferencia. Y no puede haber igualdad mientras exista la propiedad privada de los medios de producción y la inmensa mayoría de la humanidad se vea obligada a vender su fuerza de trabajo para garantizar su subsistencia, mientras una pequeña minoría viva en el lujo y el derroche que le proporciona la explotación de esos millones de seres humanos. Un pensamiento, una práctica y una organización de las mujeres que pretenda plantearse la emancipación de toda opresión, necesariamente tendrá que incorporar la lucha contra el sistema capitalista, su Estado y sus instituciones, para acabar con él y, sobre sus ruinas, construir una sociedad de verdadera igualdad y libertad.

(*)Andrea D’Atri (Buenos Aires, 1967) es especialista en Estudios de la Mujer. Fue expositora en la Corte Internacional de las Mujeres del FSM en Caracas (2005). Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo (2004) y editora y co-autora de Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia (2006).





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