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Pan y Rosas

Domingo 15 de abril de 2007

Pan y rosas por un feminismo revolucionario

Fuente: Por Livia Vargas


«Mientras vamos marchando, marchando, innumerables mujeres muertas Van gritando a través de nuestro canto su antiguo reclamo de pan Sus espíritus fatigados conocieron el pequeño arte y el amor y la belleza ¡Sí, es por el pan que peleamos, pero también peleamos por rosas!

A medida que vamos marchando, marchando, traemos con nosotras días mejores El levantamiento de las mujeres significa el levantamiento de la humanidad Ya basta del agobio del trabajo y del holgazán: diez que trabajan para que uno repose ¡Queremos compartir las glorias de la vida: pan y rosas, pan y rosas!

Nuestras vidas no serán explotadas desde el nacimiento hasta la muerte Los corazones padecen hambre, al igual que los cuerpos ¡pan y rosas, pan y rosas! »

Pan y rosas, Himno internacional de las mujeres.

El socialista que no es feminista carece de amplitud. Quien es feminista y no es socialista carece de estrategia.

Louise Kneeland

Dedico estas páginas a las legendarias y luchadoras Louise Michelle, Flora Tristán, Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Alexandra Kollontai, Pen pi Lan, a las mujeres de Oaxaca, a las de Atenco, a las mujeres de Irak, oprimidas por su cultura y oprimidas, vejadas y exterminadas ahora por las fuerzas del imperialismo estadounidense, y a todas aquellas mujeres trabajadoras, terribles y anónimas que han alzado sus frentes, sus brazos y su voces en aquellos momentos en los cuales la apuesta por la liberación y por un mundo sin explotadas, explotados, oprimidas ni primidos, ha tocado a sus puertas.

Hoy, en Venezuela, se vuelve a retomar el debate sobre la mujer y el feminismo, y ello ha sido a partir de que se abriera también el debate sobre el Socialismo del Siglo XXI, con sus distintas miradas y posiciones. Estamos asistiendo, me atrevería a decir, a la inauguración de la 4ta ola del pensamiento feminista. La discusión sobre la cuestión de la mujer vuelve al tapete, pero esta vez en clave revolucionaria, y luego de varias experiencias históricas que nos invitan a mirar hacia ellas con mayor detenimiento.

Quizás haya sido Pan y Rosas uno de los libros que haya trabajado y editado con mayor cariño, no solo por la cercanía afectiva y militante con su autora sino, sobre todo, porque me acercó a una visión del feminismo que logra resolver, desde mi punto de vista, la falsa contradicción entre feminismo y marxismo. No sé si en otros países haya ocurrido igual, pero crecí en un entorno donde por un lado, el feminismo se cuidaba mucho de preservar su pureza de lo político, resguardándose sobre todo en los espacios académicos o asistenciales y, por el otro, las distintas organizaciones de izquierda, salvo el anarquismo, despreciaban la lucha feminista, dándole el adjetivo de lucha ‘pequeñoburguesa’. En esa falsa dicotomía la mayor de las veces preferí subordinar la lucha de género a la sola lucha política, sin encontrar aún eliminar la aparente fisura. Afortunadamente, hoy me hallo escribiendo estas líneas.

Más que el título de un libro o el título de una película, Pan y Rosas fue la consigna esgrimida por las obreras textileras de Massachusetts durante la huelga que emprendieran en 1912 no solamente por obtener mejoras salariales, sino también por conquistar mejoras en la calidad de vida de estas y de sus familias. Esta fue una huelga que, gracias al apoyo de la organización de Trabajadores Industriales del Mundo, que dedicó atención especial a los hijos e hijas de las trabajadoras instalando guarderías y reuniones infantiles para contrarrestar la ofensiva y el ataque de vecinos, escuelas e iglesia, a la solidaridad de algunas familias que albergaron a los hijos e hijas de estas trabajadoras en sus hogares para que pudiesen mantenerse en pie de lucha y, finalmente, a la entereza, arrojo y valentía de estas mujeres que no dieron su brazo a torcer, logró no solo el aumento de los salarios, sino también la reducción de la jornada laboral y el derecho a la sindicalización.

¿Por qué llamar a un libro sobre feminismo Pan y Rosas? ¿Se trata solo de un homenaje a las mujeres que abanderaron esta cosigna o quizás trasciende y se apoya en este episodio histórico para postular una visión del feminismo que lo emparienta con el marxismo, dicho en otros términos, que sostiene la necesaria imbricación entre patriarcado y capitalismo, entre opresión y explotación, entre feminismo y socialismo revolucionario, entre emancipación de la mujer y supresión de las relaciones de explotación, entre clase y género? Pan y Rosas expresa, en su misma nomenclatura, el carácter de clase y de género que supone un feminismo emancipatorio y revolucionario y, al mismo tiempo, la necesaria incorporación de la cuestión de la mujer en todo programa de transformación revolucionaria; ello porque toda apuesta revolucionaria debe contener las demandas de las y los explotados y oprimidos y, además, porque tal feminismo supone la caracterización y asunción del origen de clase del cual deriva la opresión de las mujeres.

Tal síntesis parecería solo un ejercicio retórico o de sola yuxtaposición discursiva sino tuviera su apoyo en una concepción materialista de la historia. Andrea D’ Atri tomará, así, los fundamentos marxistas en la comprensión de la historia, para con ello tejer en cada uno de los capítulos de su libro, la historia crítica del feminismo por un lado, y la fundamentación de un feminismo marxista por el otro, pues, Para las marxistas revolucionarias, la cuestión de la opresión de las mujeres se inscribe en la historia de la lucha de clases...[1] En este sentido, para Andrea D’ Atri, así como para muchas otras y otros marxistas, el patriarcado no surge y desarrolla al margen de la lucha de clases y, así mismo, dentro de la lucha de clases, la mujer comporta un rol fundamental.

Pero la perspectiva de género propuesta por D’ Atri, en la cual la lucha de clases comporta un carácter central, no descuida las contradicciones internas que existen en el seno de las clases explotadas y al interior del género femenino. Tanto el género femenino guarda un carácter interclasista, como las clases explotadas comportan un carácter intergénero.

Para Andrea, “...explotación y opresión se combinan de diversas maneras. La pertenencia de clase de un sujeto delimitará los contornos de su opresión”. Así, la situación de opresión de las mujeres pobres y asalariadas será mucho mayor y distinta a la opresión de aquellas que pertenecen a las clases dominantes y explotadoras. Ejemplos concretos podemos señalar: en Irak, mientras cientos y miles de niñas y mujeres se ven sometidas a los permanentes atropellos, violaciones, torturas y asesinatos de las tropas invasoras, las soldadas estadounidenses someten, torturan y humillan a hombres y mujeres iraquíes. Iguales en su condición de género, distintas en su ubicación de clase: una sufre los males de la opresión y la explotación imperialista, otra, quizás oprimida dentro de las lógicas patriarcales y capitalistas de la jerarquía militar, es capaz también de ser opresora “...aunque puede señalarse que el conjunto de las mujeres padece discriminaciones legales, educacionales, culturales, políticas y económicas, lo cierto es que existen evidentes diferencias de clase entre ellas que moldearán en forma variable no sólo las vivencias subjetivas de la opresión, sino también y, fundamentalmente, las posibilidades objetivas de enfrentamiento y superación parcial o no de estas condiciones sociales de discriminación.”

Esto nos lleva, pues, a delimitar diferencias en la caracterización del género femenino, muchas veces asumido por algunos feminismos como un género cuya “naturaleza” lo ubica en un grado de bondad radicalmente superior al de los varones. Si bien es cierto que toda mujer es oprimida por su condición de género, si bien es cierto también que sobre su cuerpo quienes deciden son el Estado, la Iglesia, el capital y los varones, sea pobre o sea rica, también es cierto que la bondad o maldad de las y los humanos no obedece a su género sino fundamentalmente a su posición de clase, y esto, más que una base ideológica, tiene una base material. Toda clase dominante, para mantener su dominio y sobre todo mantener los niveles de explotación a los que somete a mujeres y hombres, debe y tiene que subyugar y mantener en opresión a las clases a las cuales domina; “...si planteamos una perspectiva de clase es porque consideramos que la opresión de todas las mujeres obtiene la ‘legitimidad’ que le otorga un sistema basado en la explotación de la enorme mayoría de la humanidad por una pequeña minoría de parásitos capitalistas: un sistema donde la perpetuación de las jerarquías y las desigualdades son parte fundamental de su funcionamiento”. Sobre todo en el capitalismo la opresión de la mujer cobra mayor fuerza. Para mantener una fuerza de trabajo productiva, es preciso que alguien se encargue de los asuntos “privados” del hogar; no podría ser productivo un varón si tuviese que encargarse de cuidar a los hijos e hijas y atender las cosas de la casa: comida, lavado de la ropa, limpieza y demás servicios. Claro que la mujer asalariada tiene que asumir esta carga del trabajo doméstico “privada”, una vez que llega de su otro trabajo (el que le pagan). Así mismo, el cuerpo de la mujer es cada vez más explotado como objeto mercantil y publicitario, condenándola a la sola cualidad de hembra. Dentro de la explotación que supone el capital, pues, es la mujer la más explotada y quizás también la más oprimida, y su liberación no será lograda solamente con la conquista de algunos derechos democráticos, sociales y políticos, importantes sí, claro está, pero que no lograrán superar las condiciones de explotación y subyugación de la mayoría de las mujeres pobres y trabajadoras del mundo. Es por esto que el “discurso acerca de la conjeturada liberación femenina ya alcanzada, hace referencia exclusivamente a algunas mujeres y a determinados aspectos parciales de sus vidas y derechos, ocultando que la cuestión de la opresión de género está entrelazada indisolublemente también a la cuestión de la explotación de clases. Y velando también que, en última instancia, el supuesto respeto por las diferencias y la igualdad conseguido no es más que retórica en un sistema social que se sigue sosteniendo en una de las más abyectas jerarquizaciones dicotómicas: la que establece que millones de personas son condenadas a vender su fuerza de trabajo para que unos pocos sacien su sed de ganancias cada vez más exorbitantes”.

Así como se han logrado conquistas democráticas para la mujer, como el derecho al voto y a la posibilidad de asumir cargos importantes de Estado, así también siguen perpetuadas formas esclavistas que condenan a la mujer a la obligatoria jornada doméstica, siguen siendo violadas y asesinadas cientos y miles de mujeres por razón de su sexo o su género, o por prácticas de abortos inseguros, y así también las mujeres seguimos ocupando el 70% de los/las pobres del mundo.

“El capitalismo, basado en la explotación y la opresión de millones de individuos a lo largo y ancho del planeta,... ha introducido en su maquinaria de explotación a las mujeres, los niños y las niñas. Y aunque ha empujado a millones de mujeres al mercado laboral destruyendo los mitos oscurantistas que la condenaban exclusivamente a permanecer en el ámbito privado del hogar, lo ha hecho para explotarlas doblemente...”

Así, la lucha por la emancipación de la mujer tendrá que ir de la mano también de la lucha por la destrucción de las formas de producción del capital y por la consecución del socialismo en igualdad de condiciones (entendido el socialismo como la socialización de los medios de producción y como la toma del poder político por parte de las y los explotados y oprimidos).

“¿Podrá recorrerse el camino de la unidad y de la comprensión de que no habrá emancipación de las mujeres de esta barbarie en la que vivimos si no acabamos con este sistema que explota y oprime a millones, reproduciendo en su provecho el patriarcado? ¿Cuántas serán las feministas que piensen que: ‘tenemos que montarnos en el tren del futuro socialista’? A eso aspiramos quienes creemos que las mujeres y los hombres que lo hacen todo, las mujeres y los hombres que producen la riqueza del mundo que les es expropiada por los capitalistas, son los que pueden acabar con este sistema de epxlotación.”

Cierto es que el socialismo, de suyo, no garantiza la total emancipación de las mujeres sino viene acompañado de un necesario proceso de revolución cultural y permanente, pero más cierto es que no es posible emancipación de la mujer dentro de los marcos de una sociedad basada en la explotación, es decir, dentro del marco de una economía capitalista.

Notas

[1] Todas las citas de este artículo corresponden al libro Pan y Rosas de Andrea D’ Atri, editado y publicado por la Fundación editorial El perro y la Rana, Caracas, 2006.





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