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Periódico / ECONOMÍA

Domingo 16 de noviembre de 2014

ECONOMÍA

“Sembrar el petróleo”… ¿solo a fuerza de la renta?

Por Ángel Arias


¿Por qué el país no tiene suficientes dólares y el Estado está tan endeudado? ¿Cuál es el “modelo económico” agotado?

Mientras el país parece acercarse cada vez más al escenario de la estanflación (fuerte caída del crecimiento económico al mismo tiempo que alta inflación), tanto la oposición como el gobierno –y los empresarios–, tienden a converger en que la economía “necesita cambios estructurales”, o sea, el esquema de los últimos años no va más.

“De la Venezuela rentista a la Venezuela productiva” (con “justicia social”)

Chávez retomó una bandera izada en los años 30’s por sectores de la intelectualidad desarrollista: “sembrar el petróleo”. Arturo Uslar Pietri, en su célebre editorial del diario Ahora, del 14 de junio de 1936, planteó: “Es menester sacar la mayor renta de las minas [el petróleo catalogaba como actividad minera] para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales (…) Si hubiéramos de proponer una divisa para nuestra política económica lanzaríamos la siguiente (…): sembrar el petróleo”.

El “desarrollo nacional” que proclamó Chávez como objetivo, sería por la vía de convertir la renta en capital, pasar del capitalismo rentístico a uno productivo (llamando a eso “socialismo del siglo XXI”). Usar parte de los ingresos de la actividad primario-exportadora para “diversificar el aparato productivo”, producir en el país lo que se importa e, incluso, desarrollar la “capacidad exportadora” no petrolera. A esto se agrega el componente de la llamada “justicia social”: parte de la renta sería destinada también para solventar los enormes niveles de pobreza o “exclusión social”.

Bajo este esquema, Chávez supo pugnar con los pulpos petroleros para que le quedara al país (en la persona del Estado) una mayor parte de la renta petrolera: conquistando el control real de PDVSA; elevando impuestos o creando nuevos; cambiando contratos de servicios por constitución de empresas mixtas (Estado-transnacionales); comprando acciones para que el Estado tenga la mayoría en las empresas mixtas; e impulsando la reactivación de la OPEP y su política de control de la producción.

Sin embargo, no hubo industrialización ¬–seguimos dependiendo en grado sumo de las importaciones–, ni mucho menos se diversificaron las exportaciones del país –de cada 100 dólares que ingresan por exportación, 96 son por petróleo–, la burguesía nacional exporta poco o nada. El rentismo está intacto, el Estado está cada vez más endeudado y faltan dólares para cubrir las necesidades de la economía nacional.

¡Es el capitalismo dependiente!

La política petrolera de Chávez, sin bien con esos importantes elementos de soberanía, no implicó una ruptura del flujo de recursos nacionales hacia las potencias imperialistas.

En la industria petrolera, donde hay empresas mixtas, las transnacionales son dueñas de la porción del petróleo nacional y sus ganancias que les corresponda de acuerdo a su porcentaje accionario (por ejemplo, 40%). En la Faja del Orinoco y en la explotación del gas, hay una entrega con concesiones de hasta 30 años, a empresas que pueden ser con mayoría de capital extranjero (llegando incluso al 100%), además, exoneradas de pagarle impuestos al país.

En general, en el país continuaron operando cientos de empresas imperialistas que giran ganancias a sus casas matrices, la penetración de capital extranjero no cesó, se “diversificó” hacia capitales chinos, rusos, etc. Las “expropiaciones” puntuales que hubo (varias de las cuales son re-estatizaciones, es decir, volver a la órbita del Estado lo que ya antes era estatal bajo el perezjimenismo o puntofijsmo, y que el propio puntofijismo en su deriva neoliberal entregó a capitales extranjeros), fueron en realidad compras, debiendo el país pagar grandes sumas de dólares a esos pulpos extranjeros.

Junto a esto, se mantuvo intacto un mecanismo clásico de dependencia y expoliación como la deuda externa: el país siguió (y sigue) destinando religiosamente millones de dólares para alimentar la especulación y usura de los “buitres” del capital financiero internacional. No solo se reconoció la deuda de “la Cuarta República” (formada en buena medida por préstamos tomados por la burguesía nacional y una red enorme de corruptelas), sino que, cuando la renta ya no fue suficiente, el chavismo recurrió a nuevos endeudamientos.

Sin olvidar que seguir siendo un país exportador de materia prima e importador de buena parte de lo que se consume y de casi todo lo que se necesita para producir (fundamentalmente bienes intermedios y de capital), impone otra presión hacia la escasez de divisas, porque al ser por lo general productos con mayor valor agregado, la suma de esas compras tiende cada tanto a costar más dólares que los que puede soportar el ingreso petrolero.

Todos estos son distintos mecanismos por los cuales se han seguido yendo –sobre todo a las principales potencias capitalistas y grandes transnacionales (o algunas “translatinas”)- recursos nacionales o riquezas producidas en el país.

“Sembrar” con la burguesía nacional

Otra cuestión central es que, en el plano interno, el gobierno siempre consideró a la burguesía como la aliada natural (o “necesaria”) de la “siembra”: el desarrollo económico se haría orientando parte de la renta hacia un empresariado “nacionalista y productivo”, en combinación con el propio Estado actuando como empresario (o banquero) en áreas específicas. “Queremos un sector privado nacionalista, comprometido con el pueblo de Venezuela y con la patria”, insistía siempre Chávez.

El Estado asume el rol de transferirle al capital nacional porciones de la renta mediante: a) créditos baratos y subsidios directos (incluyendo la ampliación de la banca estatal); b) subsidios indirectos, como a los alimentos y medicinas, en lugar de que la clase capitalista destine de las ganancias para salarios que cubran todas las necesidades básicas del pueblo trabajador, el Estado subsidia parte del consumo de los trabajadores y habitantes más pobres; c) invirtiendo y siendo empresario en aquellas áreas que sirven de base para el desarrollo industrial privado posterior (empresas básicas); d) montando la infraestructura necesaria para la integración del mercado nacional (plantas de energía, servicios básicos, vías de comunicación, etc., para el funcionamiento industrial, la circulación de materias primas, mercancías y fuerza de trabajo). Como “accidente” en este esquema, el Estado asume también un rol empresarial directo en algunas empresas específicas abandonadas a su suerte por el capital privado.

¡Pero en la burguesía pesa más el interés de clase que de “patria”! No está tan interesada en el “desarrollo nacional” con en sus niveles de ganancias (y sin son fáciles, ¡mejor!, si son ilegales, ¡no importa!). Por eso era utópica, y a la vez reaccionaria, la apuesta del gobierno. En todos estos años, el grueso de la clase capitalista nacional, lejos de “invertir en el país”, continuó fugando capitales: a finales de 2013 el sector privado tenía en el exterior unos 167 mil millones de dólares, cuando en 2003 solo tenía 49 mil millones (un aumento de 340%). Una fuga no solo por vías legales sino también delictivas, como los ya tristemente célebres 20 mil millones de dólares que en 2012 fueron a parar a “empresas de maletín” o a “demanda artificial no asociada a la producción” (¡y aquí están metidos tanto empresarios opositores como “boliburgueses”). Hoy vemos cómo insisten en que les flexibilicen más aun el acceso a los dólares, así como chantajean a todo el país con desabastecimiento e inflación si no les dejan ganar todo cuanto exigen.

Es que la burguesía, teniendo en sus manos gran parte del aparato económico del país y sus recursos, es en realidad un obstáculo al desarrollo nacional, lo sabotea constantemente –al igual que lo hace la expoliación imperialista–, porque priva al país de esos recursos cada vez que ve que no puede obtener los rendimientos que quisiera o que ve la posibilidad de hacer plata fácil por otras vías. ¡Y ni hablar cuando pone su poder económico al servicio de planes de mayor control extranjero sobre el país, como en 2002-2003, cuando fue golpista aliada del imperialismo estadounidense! Nuestra clase capitalista se ha encargado de mostrar, una y otra vez, cuán poco le importan el “desarrollo nacional” y la “patria”, mucho menos, por supuesto, las necesidades de las mayorías nacionales.

No se puede “sembrar el petróleo” sin una revolución obrera y popular

No basta captar mayor renta petrolera mientras los bancos y empresas (tanto de afuera como de aquí) sigan apropiándose –por las más diversas vías– gran cantidad de las riquezas producidas en el país, incluyendo parte de la propia renta. Por eso, en este último ciclo económico los infructuosos planes de “desarrollo” y la “justicia social”, no salieron de las ganancias capitalistas sino que fueron cargados a la renta y endeudamiento públicos: el resultado es que no alcanzó la plata para “sembrar el petróleo”, quedamos con una economía igual o más dependiente, y un país endeudado. Hoy vemos al gobierno buscando financiamiento externo para la economía –mediante nuevas inversiones o nuevos préstamos–, lo que, de vuelta, agregará mayores elementos de control del capital extranjero sobre la economía nacional.

La conclusión estratégica es que la renta no puede ser aprovechada seriamente para el desarrollo del país mientras el capitalismo imperialista siga ejerciendo su dominación sobre el cuerpo económico de la nación, y mientras la burguesía nacional siga controlando gran parte de los recursos. No hay “siembra del petróleo” posible sin desarrollar la movilización revolucionaria del pueblo trabajador, poner en pie de combate a las mayorías nacionales (incluyendo su armamento), para desconocer la deuda externa, nacionalizar sin pago las principales empresas y capitales imperialistas, expropiar y socializar los monopolios y grandes propiedades de la burguesía nacional. Es decir, sin una verdadera revolución antiimperialista, obrera y socialista.





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